Ya han pasado varios días, los suficientes supongo, para que todo el mundo haya podido ver el episodio 17 de la sexta temporada de Perdidos. Vamos el famoso último capítulo. The end. Y para verlo entero, con unos subtítulos coherentes y sin gaps (supongo que en Cuatro debieron de pensar que los fans de Lost ya están acostumbrados a que el tiempo salte y desaparezca).
Debo de ser un bicho raro, porque a mi sí me gusto el episodio final. Sé que soy una romántica incurable, pero me encantó ver a Sawyer con Juliet, a Shannon con Sayid, el pobre se lo merecía, por fin. Y a Hurley con Libby, y a Jack y Kate juntos de una vez. Y el abrazo con Sawyer. Y ver a Claire peinada. Y a Vincent a los pies de Jack. Y que terminara como empezó.
La verdad, yo no esperaba un final demasiado explícito. Después de seis años dejando volar nuestra imaginación hasta extremos insospechados, ¿de verdad esperábamos que en dos horas nos lo explicaran todo? La isla es la isla, y se guarda sus secretos. Y tendremos que buscar y encontrar en la red las mil y una teorías, o, mejor, llegar a nuestras propias conclusiones, como hizo cada uno de los personajes. Estoy segura de que esas conclusiones no fueron las mismas para Jack, ni para Hugo, ni para Lynus.
Yo no sé qué es el humo negro, ni cómo llegó la madre de Jacob, ni el significado de los números, ni porqué las mujeres no podían tener hijos, ni porqué se movía la isla, ni porqué Ben apareció en el Sahara, ni sé porqué no estaban en la iglesia Walt, ni Michael, ni Faraday, ni porqué estaba Penny, ni porqué Kate se cambia de ropa. Pero es que tampoco sé si Ilsa Lund y Victor Laszlo consiguieron encontrar a la Resistencia, ni si LeRoy Johnson consiguió ser famoso, o si, aparte del pastiche aquel, Escarlata consiguió que Rhett volviera. Y no me importa.
Lost ha muerto como vivió. Siendo un misterio