Corazón de Fuego, de Moira Young

Siempre he presumido de que una de las razones por las que cometo pocas faltas de ortografía es por lo mucho que leo. (Y lo que me queda por aprender de los libros.) Es algo que he oído toda mi vida, y que siempre me ha parecido lógico. Por eso cuando empecé a leer Corazón de fuego de Moira Young, y ya en la primera página me encontré con cosas como ”Hace ya casi seis meses que no caye una gota (…) la fuente de donde vene el agua (…) ya no poderemos llamarlo a este lugar como se llama…” me quedé desconcertada. ¿Qué demonios es esto? ¿Qué estoy leyendo?

En la editorial (Montena) me confirmaron que, efectivamente, todo el libro estaba escrito en esa especie de castellano antiguo y a la vez infantil de Saba, la protagonista y narradora de la historia, en el que todos los verbos son regulares; excepto cuando se trata de personajes “cultos” que saben leer y que, da igual que sean malos o buenos, estás deseando que aparezcan, para reconocer al fin tu idioma.

La primera vez no pude pasar de la página diez. No era capaz de concentrarme. Lo cerré. Me leí otro diferente y después de ese, lo recuperé, sabiendo ya a qué me enfrentaba.

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Y es que la historia de Saba y su hermano mellizo Lugh (que nacieron en el solsticio de invierno), y de su hermanita Emmi, en un mundo [otra vez] apocalíptico, en el que esperas ver aparecer a Mel Gibson enfundado en cuero; el secuestro de Lugh por unos misteriosos jinetes; la lucha desesperada de Saba por encontrarlo y la piedra de corazón que perteneció a su madre sí que llegan a interesarte, pero no sé si es comparable a Los juegos del Hambre, como se empeñan en hacernos creer…

No puedo evitar pensar que nuestras adolescentes, esas que olvidaron las vocales y las haches cuando aparecieron los mensajes cortos, y que escriben igual un examen o su estado en Facebook que un SMS, son el público al que va dirigido este libro. Lo que les faltaba.

Se me olvidaba: Ridley Scott se ha hecho ya con los derechos de la novela, para llevarla al cine.