Otra taza de café

Sí, ya lo sé. Os estaréis preguntando cómo la reina de la “rom-com” no había escrito aún sobre una serie que, en realidad es como una larga comedia romántica de más de cien horas, donde una madre y una hija, que casi son más como hermanas, puesto que en realidad se llevan sólo dieciséis años, viven en una montaña rusa emocional, mientras pasan por sus vidas algunos de los personajes masculinos más adorables de la televisión, (no lo puedo evitar, yo soy #TeamDean)

Empecé a ver, de refilón, las Chicas Gilmore a la hora de comer (creo que eran las dos últimas temporadas) hará unos diez años, en esa época en la que yo aún era normal, y no había sido abducida por las series. La veía porque la emitían antes de Men in Trees, que era la que a mi me gustaba. Men in Trees estaba protagonizada por Anne Heche, y contaba la historia de una asesora sentimental, que, cuando va a presentar su último libro, en un pueblo perdido de Alaska, descubre, irónicamente, que su prometido le está poniendo los cuernos. Y decide quedarse a vivir allí mismo, en ese mismo pueblo perdido de Alaska, hasta que descubra qué hacer con su futuro. En ese pueblo perdido de Alaska en el que hay diez hombres para cada mujer. Era una serie muy simpática, pero duró solo dos temporadas.

A lo largo de estos últimos años, no había vuelto a sentir la necesidad de ver a las Gilmore. Pero entonces llegó Jared Padalecki, uno de mis tres hombres favoritos (la cantidad de series que he visto porque en ellas aparece uno de esos actores que me pierden). Descubrí que había sido uno de los protagonistas de la serie en sus cinco primeras temporadas, (siempre presume de que él es el Dean original, y es que el personaje de su hermano en Sobrenatural es el que luego se llamaría Dean) cuando apareció por primera vez, después de una época muy mala, (en la que una depresión le llevó a abandonar una convención en Londres, y volver a su casa a guardar reposo), en una reunión casi completa del cast, en la que se celebraba el aniversario de su estreno, y en la que se anunció el rodaje de una nueva “mini temporada” (cuatro episodios de 90 minutos), en la que todos iban a estar.

Y yo para estas cosas soy completista, así que, antes de ver la nueva temporada, tenía que ver las siete anteriores. La verdad es que me alegro de haberlo hecho, puesto que ha resultado ser uno de mis descubrimientos del año, junto a The Walking Dead (para que veáis que soy de gustos variados).

Lorelai es la hija rebelde de Richard y Emily Gilmore un matrimonio “bien” de Hartford (Conneticut). Desde muy niña había llevado a sus padres por el camino de la amargura, haciendo siempre, exactamente, lo contrario que se esperaba de ella. Con dieciséis años se quedó embarazada, y huyó de su casa, cuando iba a nacer su hija, Rory (diminutivo de Lorelai).

Dieciséis años después, vive en Stars Hollow un pequeño (imaginario) y pintoresco pueblo de Conneticut, no muy lejos de sus padres. Trabaja como directora de un hotel rural, donde empezó a trabajar de camarera, recién nacida Rory. Sigue siendo igual de rebelde y poco fan de convencionalismos. Es posible que tenga el récord de mayor número de palabras en menor tiempo. Es una mujer joven y atractiva, adicta al café, que adora el cine, que sólo se alimenta de comida basura, con una hija adolescente, mucho más seria y responsable que ella (un poco como pasaba con Michael J. Fox en Enredos de Familia), lectora compulsiva, inteligente y magnífica estudiante, que sueña con ir a Harvard desde que cumplió los cuatro años, y que comparte todo con su madre, a la que considera su mejor amiga.

Un importante punto para poder ir a Harvard, es estudiar los últimos años de instituto en un colegio prestigioso. Rory es aceptada en Chilton, el mejor colegio de Hartford, pero Lorelai no tiene manera de pagarlo. Así que decide tragarse su orgullo y pedirle un préstamo a sus padres, (con los que apenas se habla, y a los que solo ve en Navidad). Su madre le presta el dinero, con una condición. Tiene que ir con Rory a cenar a su casa todos los viernes sin excepción. A duras penas, y sólo pensando en el futuro de su hija decide aceptar.

A partir de aquí iremos conociendo un montón de personajes, como la indescriptible Emily Gilmore y su marido, o la abuela Lorelei Gilmore. Como Sookie, la despistada amiga Chef, con la que sueña abrir un hotel rural y que vuelve loco a Jackson, el proveedor de frutas y verduras del hotel. O Lane, la amiga de Rory,  friki de la música, que guarda todos sus CDs debajo de las tablas del parquet de su cuarto, ya que su estricta madre coreana, le prohíbe hacer otra cosa que no sea estudiar, ir a la iglesia y salir con chicos coreanos, que sólo estudien y vayan a la iglesia. O Christopher, el padre de Rory, que no termina de sentar la cabeza. O Miss Patty, antigua bailarina y cotilla oficial del pueblo. O Michel, el conserje del hotel, francés de sexualidad indefinida, y poca paciencia. O Paris, la chillona y ambiciosa compañera de colegio de Rory. O Jess, el sobrino problemático de Luke, el chico malote y misterioso, que lee a escondidas. O Kirk, el raro, una especie de Sheldon Copper, pero sin la inteligencia (es curioso ver cómo de los actores que interpretan a estos personajes van subiendo en la secuencia de títulos, cuya sintonía es una canción de la que Carole King grabó una versión exclusiva acompañada de su hija).

Y por supuesto Dean y Luke, mis favoritos. Dean es el novio que toda madre querría para su hija (o para ella misma). Adora a Rory, y está dispuesto a cualquier cosa por ella, incluso a  ir a un baile de debutantes, vestido con frac y guantes blancos, o soportar pacientemente cosas peores. Luke es el gruñón dueño de la cafetería (que antes fue la tienda de herramientas de su padre) en la que las Gilmore tienen su segunda casa. Desayunan, malcomen, beben café por litros en unas enormes tazas, deciden, discuten, (entre ellas y también con él), que las adora (la atracción entre Luke y Lorelai es innegable).

Siete temporadas más una extra (actualmente en Netflix), para disfrutar de una larguísima comedia romántica aderezada de buen humor, un poco de drama, mucho amor y cientos de tazas de café. El mío con leche y azúcar, por favor.

Publicado en Tribuna de Ávila