Este post de hoy es uno de los que más ilusión me hace escribir, porque llevo meses esperando para ello. Desde el momento en que Ana (¿o fue María?) me dijo que pronto tendrían una sorpresa para mi.
Conocí a Amy Lab (que en realidad es el pseudónimo de un tándem de escritoras formado por María Cereijo y Ana Alejandro) en el año 2012, cuando publicaron su primera novela. Desde entonces siempre me he preguntado cómo se puede escribir un libro entre dos personas. ¿Uno tiene las ideas y otro las plasma? ¿Uno se encarga de algunos personajes y el otro del resto? ¿Uno se ocupa de los caracteres y otro de los sucesos? El caso es que nunca he llegado a preguntárselo, y eso que con los años hemos ido desarrollando una buena ciber-amistad (lo hemos intentado varias veces, pero nunca conseguimos coincidir en el mundo real, espero que la promoción del nuevo libro las traiga por Ávila), gracias, primero, a que las dos son personas encantadoras, y segundo, a que coincidimos en muchísimas cosas que va desde series, películas o música a cosas tan prosaicas (pero no por ello menos importantes) como los guapos o los adictivos croissants de Saúl (aquellos de Madrid que los conozcáis, sabréis de qué hablo).
No sé si se debe a todas esas coincidencias, pero Amy Lab siempre me enganchan, con su lectura juvenil (lo que los americanos llaman Young Adult, que es un concepto que me encanta), que mezcla romance con misterio, aderezado con un punto dramático (uno de los protagonistas siempre es huérfano) y exótico (americanas, mulatos de origen desconocido, o suecas). Siempre tengo sus libros a mano, para poderlos leer en cualquier momento de (lo que yo llamo) apatía lectora.
Su primer libro fue Nunca digas nunca. Es posible que eso de la bicefalia sea la razón de que el libro esté contado, a lo largo de toda la historia, en tercera persona, pero desde el punto de vista de los cuatro protagonistas de la novela, Sandra, Jacqueline, Samuel y Marcos, lo que te hace recorrer todo un abanico de sentimientos y pensamientos.
La historia transcurre durante las vacaciones de verano, en un pueblo de la sierra de Madrid, de la pandilla de Samuel, compuesta por Sandra, su hermano Quique, Marcos, Lucía, Jesús, e Iván, a la que ahora se va a unir Jacq; conoceremos las relaciones (muchas de ellas románticas, al fin y al cabo son adolescentes) entre ellos y nos introduciremos en el misterio de la desaparición de Agnés la que fue novia de Samuel, de la que no se ha vuelto a saber nada desde hace dos años, y cómo ha afectado a estos chicos.
Magníficamente ambientado, siempre me imagino en uno de esos pueblos de vacaciones dónde mis amigos de la adolescencia veraneaban. (Especialmente curioso el recurso de utilizar páginas en blanco para mostrar un angustioso lapso de tiempo que se te hace especialmente largo, mientras esperas un desenlace que no llega y que ya me había llamado la atención en Luna Nueva de Stephenie Meyer).
Unos meses después de la publicación del libro, la editorial nos regaló (en versión digital) cuatro capítulos extra, independientes entre sí, que complementaban la historia: Pásalo #Fiesta; Ready, Steady… Go!; Solo Amigos; y Un Toque de Magia.
Llegó a mi casa su segunda novela, Pero a tu lado (con dedicatoria incluida, lo cual me hizo muchísima ilusión) un día a las tres de la tarde, y a las cinco del día siguiente me había leído las más de cuatrocientas páginas casi del tirón. Otra vez me había enganchado a una historia que (de no ser por los móviles y el whatsapp) podría haber pasado en mi propia adolescencia, aunque la mía se parecía más a la de Laura-a-las-doce-en-casa que a la de la liberada Gabriela.
Al grano, que, como siempre, me voy por las ramas. Alexia es estudiante de segundo de bachillerato, vive con su madre y el marido de esta en una ciudad dormitorio muy cercana a Madrid, en una familia de clase media-alta (afectada, como todos en estos tiempos, por la crisis). Tiene las mismas preocupaciones que el resto de jóvenes normales a esa edad. Los chicos. Las amigas. Las notas. Los padres.
Álvaro, el chico del que está enamorada, la dejó por una de sus mejores amigas mientras Alexia estudiaba unos meses en USA, y ahora pretende volver a “enrollarse” con ella (¿aún se utiliza esa expresión?), lo que la tiene hecha un lío. Y para colmo acaba de mudarse al dúplex junto al suyo (terraza con terraza), Oliver, un guapísimo y verdaderamente misterioso mulato, con una escabrosa historia a sus espaldas, que, por supuesto, lo hace aún más atractivo.
Y así, según transcurre el (accidentado) curso, y entre canciones de James Blunt, poco a poco irá descubriendo los secretos de Oliver, algunos de los cuales ni siquiera él mismo conocía.
Para su tercera novela, (desde esta semana en las librerías, con una imagen renovada para las dos primeras) Ana y María se han hecho más de rogar (y no será porque no las haya asediado a twits, preguntando ¿cuándo, cuando, cuándo?, como la canción). Y otra vez lo he (han) vuelto a hacer. Me he leído Hasta el fin del Mundo en menos de veinticuatro horas (el hecho de estar de baja en casa, sin poder hacer nada más, ha sido una ventaja).
Nuestra protagonista en esta ocasión es Mat (diminutivo de Matilda); sus padres han sido víctimas de un fatal incendio en un crucero, y como consecuencia del mismo su padre (sueco) ha fallecido y su madre (holandesa) se encuentra en coma, y no creen que vaya a despertar. Así que Mat, sola en el mundo, con la excepción de su mejor amigo Manu, (del que lleva enamorada toda su vida, pero que sale con otra), va a tener que hacer frente a todo lo que se le viene encima.
Pero dos acontecimientos van a complicar, aún más, la vida de Mat. Un día la policía se presenta en su casa, para decirle que el ADN de su padre podría estar relacionado con la muerte de una mujer en Suecia, quince años atrás.
El otro acontecimiento es la aparición en su vida de Áxel, un joven periodista, que es guapo (y lo sabe) que quiere ayudarla, y ya de paso, encontrar una historia sobre la que escribir. (Bueno, si además se puede ligar a nuestra protagonista de pelo rubio y ojos azules, seguro que tampoco le importaría). Pero no sabemos hasta donde está dispuesto a llegar para todo ello. ¿Hasta el fin del mundo?
Siempre me parece que lo de escribir un libro es como preparar una rica receta. Se invierte muchísimo tiempo en su preparación, para que en un abrir y cerrar de ojos desaparezca de la mesa. El caso es que Amy Lab están aún presentando el plato caliente, y yo no sólo lo he devorado, si no que estoy esperando (ansiosa) el siguiente. Cuando las Amy lean esto (que sé que lo harán) van a sonreír.
Publicado en Tribuna de Ávila