Dicen que cuando te aferras a tu juventud, cuando no quieres crecer, cuando te comportas como un(a) adolescente, aunque andes ya por los cuarenta, es que tienes el síndrome de Peter Pan.
Hubo una época en que me describía como cuarentañera-neo-adolescente. Me gustan los libros, las series, las películas (la música no, para la música me quedé en mi propia adolescencia, y es raro sacarme de los ochenta) que les gustan a muchas de las hijas de mis amigas. Soy una fangirl sin remedio, dispuesta a ir a una convención, y llevo las fotos de mis actores favoritos en el móvil. Me pierde un beso de película y un final feliz. ¿Es eso síndrome de Peter Pan? Bendito sea.
El caso es que el personaje de James Matthew Barrie, es uno de esos que ha tenido montones de versiones y adaptaciones. Recordemos la película de Disney, que tantas veces hemos visto. O Hook, en la que Robin Williams interpretaba a un Peter Pan adulto, que había olvidado la Ciudad de los Niños Perdidos, y que se veía obligado a volver para salvar a su hijo. También conocimos algo más a JM Barrie, interpretado por un Johnny Depp (sin una de esas caracterizaciones a las que nos tiene acostumbrados) en Descubriendo Nunca Jamás. El año pasado se estrenó Pan, en la que un desconocido Hugh Jackman (en su papel menos favorecedor) interpretaba a Barbanegra, incluso la serie Érase una Vez tuvo su arco argumental, con Peter Pan.
Sin embargo hoy voy a hablar de un libro. La autora es Shia Arbulú. Shía es madre, y trabaja con niños. Tiene una escuela de teatro y otras artes, donde adapta obras para que interpreten sus alumnos. No es de extrañar que haya bebido de esas dos fuentes a la hora de escribir Al Otro Lado de la Verdad. Es esta una adpatación a nuestros días del personaje de Peter Pan.
Ada es una adolescente. Tiene dos hermanos pequeños. Y sus padres se acaban de divorciar. Ha sido un divorcio feo. Su padre ha peleado por su custodia, sólo por quitarle los niños a su madre, y el juez se la ha concedido. Así que ahora su madre vive (infeliz) en un piso, lejos de ellos, mientras los tres hermanos viven (infelices) en su (lujosa) casa de toda la vida. Dudo que el padre sepa lo que es la felicidad.
Una noche, Ada oye un ruido en el despacho de su padre, en el que (como siempre, en estos casos, tanto en los libros como en las pelis), tienen prohibido entrar. Cuando baja a ver qué está pasando, se encuentra con Puk y Tanque revolviendo entre los papeles. Puk es un chico de su edad, mitad descaro, mitad atractivo. Tanque es menuda y no habla. Sin saber muy bien porqué, Ada no les denuncia a la policía, así que todo parece obra de unos revientapisos que no contaban con que hubiera gente en la casa, y huyeron antes de llevarse nada.
Como es de esperar, Ada se queda muy intrigada. Lo que no esperaba es que Puk volvería a aparecer en su ventana, y la invitaría a su «casa». La ciudad de los Niños Perdidos se encuentra en un extraño parque de atracciones abandonado, en medio de la nada, y que nunca llegó a abrir. Allí unos cuantos niños viven a su aire. Comen, duermen, juegan y reparan ordenadores y videoconsolas que recogen de la basura. Todos allí son felices. Incluso Ada olvida todos sus problemas, la noche que pasa con ellos.
Las cosas en casa siguen mal, sus hermanos pequeños sufren, y se apoyan en ella, que ha de ser el pilar que les mantenga. Para colmo es verano, y los días parecen aún más largos y aburridos. Ada esta harta, así que una noche (tras dejar la señal convenida en su ventana, y tras algo de retraso), partirá, junto a sus hermanos, a la Ciudad de los Niños Perdidos, no dejando más pista que una nota. Allí, la vida es (casi) perfecta, juegan, hacen excursiones, nadie les obliga a hacer nada. Pero los peligros siempre te persiguen, no importa lo cerca o lejos que estés de casa.
Muy recomendable para el público infantil y juvenil, tiene una interesantísima manera de aprender literatura y estilo literario en sus páginas finales.
Publicado en Tribuna de Ávila