Harry Potter, punto

Supongo que no os extrañará que a «estas alturas» me ponga a hablar de uno de los personajes más importantes de la cultura popular de finales del siglo XX y principios del XXI. Y si lo piensas bien, de la Historia, si el número de ejemplares vendidos puede servir de indicativo. Primero, porque aún queda gente que todavía no ha descubierto los libros o visto las películas y, segundo, porque el próximo estreno de una película basada en Animales fantásticos y dónde encontrarlos y la publicación del último libro, que en realidad es el guion de una obra de teatro, Harry Potter y el legado maldito (cómo odio las traducciones libres)  ha devuelto al universo creado por JK Rowling a la actualidad.

El otro día descubrí que una compañera de trabajo (de edad más cercana a la de mi hijo que a la mía, eso sí) estaba leyendo la saga. Leyendo. No releyendo. Quién pudiera, (como dice una cita que leí el otro día en Facebook, aunque no recuerdo de quién era, supongo que de Paulo Coelho o de Nelson Mandela, como todas) regresar al momento en que leí por primera vez la saga Harry Potter. Volver a descubrir la magia, en todos los sentidos, de los libros de JK.

Y eso que los tres primeros estuvieron en mi librería algún tiempo. Yo me había empeñado en que me los regalaran por mi cumpleaños. En inglés. Y mi cuñada me compró los tres primeros. Mi nivel de comprensión, por aquel entonces, no era suficiente. Le eché un vistazo a la primera página, y me asusté. Ya os he contado que no empecé a leer en inglés, de verdad, hasta que acabé la saga Crepúsculo (y que estuve «un poco» obsesionada con Edward durante algún tiempo); leyéndolos en inglés, si alguien (vamos, mi marido) me decía algo, tenía la excusa perfecta con aquello de que me estaba soltando.

Y lo que empezó siendo una excusa, se convirtió en una realidad. Desde entonces, con mi obsesión por la versión original,  he procurado leer tantos libros en castellano como en inglés, incluida la trilogía Millenium de Stieg Larsson (lo cual es una idiotez, puesto que los originales están escritos en sueco).

El caso es que una vez que empecé con Harry Potter y la piedra filosofal, (cuya adaptación cinematográfica ya había visto) no pude parar; seguí conLa cámara secreta, y recuerdo terminar El prisionero de Azkaban, levantarme del sillón, y salir, sin decir ni adiós a la Fnac (que me pillaba muy cerca de mi casa de Madrid) a comprar El cáliz de fuego, La orden del Fénix y El misterio del príncipeLas reliquias de la muerte me lo leí del tirón en una noche, hipando y con los ojos hinchados de llorar.

También recuerdo el día que vi la octava y última película (vuelvo a quejarme del empeño en dividir en dos los últimos libros, ya se ha visto el daño que le ha hecho a la saga Divergente, por ejemplo). Fue en el cine Callao, con mi amiga Marisa a un lado, y el fallecido Darío Barrio, al otro. En ese momento ya nos habíamos hecho a la idea de que aquella era la despedida de los Potter y los Weasly.

Tenía que haberme imaginado que, con esa escena final, y a pesar del never, never, never de JK (bueno, la expresión es de Florentino Pérez, pero ya me entendéis), la cosa no quedaría ahí. Y, efectivamente, aquí nos encontramos.

Alerta de Spoiler: A partir de este punto, puede que desvele más de lo estrictamente necesario de Harry Potter y el legado maldito.

¿Por dónde empiezo? El libro, como ya decía antes, no es una novela más, sino el guion de una obra de teatro que acaba de estrenarse en Londres, (y que se ha convertido en mi segundo máximo objetivo después de la Comic Con). Aquí no hay posibilidad de comparación entre el libro y la adaptación. Eso es bueno.

La historia es fácil de leer; el noventa por ciento es diálogo y no hay largas descripciones. Tampoco sigue la estructura temporal de curso por libro. Pero aunque se nota la falta de desarrollo, el argumento sigue siendo digno de Harry Potter.

Albus Severus, el hijo mediano de Harry y Ginny, tal y como él mismo se temía, acaba en Slytherin, y eso hace que se vuelva (aún más) retraído y huraño, lo cual no ayuda en su relación con su padre. Parece que las únicas alegrías vienen de su mejor amigo, que no es otro que Scorpius Malfoy.

Dos adolescentes rebeldes, una causa “justa” e imposible,  un giratiempos y un villano imprevisto es lo único que se necesita para «liarla parda» y construir una historia de cinco horas (la obra se ve en dos turnos, no necesariamente el mismo día).

Pero yo no sería yo, si no si no tuviera alguna que otra objeción. Y es que, como me pasa con la saga de Cazadores de Sombras, o la misma Crepúsculo, adoro los libros, pero tengo mis reservas en cuanto a su autora. Joanne Kathleen ha dicho algunas cosas los últimos años, con las que no estoy en absoluto de acuerdo.

De la primera ya he hablado un poco más arriba. Dijo que no habría más libros de Harry Potter, y ya veis. Supongo que se escudará en el hecho de que no es un libro-libro. Es escritora, siempre tendrá una buena excusa para todo.

La segunda es que, hace no mucho, dijo que, a lo mejor, se equivocó al hacer que Harry y Hermione no acabaran juntos. Bueno, pues en El legado maldito hubiera podido “experimentar” (no voy a ahondar más en ello, no quiero abusar de los spoilers), y, simplemente, no lo ha hecho. Lo cual le agradezco de corazón.

Por último, no consigo entender por qué ha consentido que Hermoine, de buenas a primeras sea negra. Antes de que me tildéis de racista, os diré que a mi me da  igual que sea blanca, negra o asiática (como un oso panda). Lo que me molesta es la falta de raccord con las películas, que hayan hecho un esfuerzo en buscar actores tan parecidos a los protagonistas de las películas (fijaos bien en Harry, Ginny o Malfoy, incluso Ron) y hayan decidido cambiar a uno de los personajes principales. Nunca entenderé estas cosas.