Lectura de verano

Los que me leéis habitualmente (¡gracias!) sabréis que esta es una mala época para los amantes de las series. Entre mayo y octubre descansan la mayoría, en el periodo que los americanos llaman “hiatus” (ese momento en el que los actores se dejan barba y las actrices se tiñen el pelo de rosa, ya que no se ven obligados por el guión a mantener una imagen). Es esta una época de (síndrome de) abstinencia, que hay que calmar como se pueda.

Puedes ir al cine. En mi futuro inmediato están Las Tortugas Ninja, Fuera de las Sombras (primera película de mi debilidad, Stephen Amell), o Independence Day, Contraataque, (con revisión previa, por supuesto, de la película original, que, aunque parece que se estrenó ayer, cumple veinte años, y lo celebra con una edición especial).

Puedes ponerte al día con series que no has conseguido ver hasta ahora, y por supuesto ver las series de programación veraniega (próximamente le tocará el turno en el blog a Wayward Pines o The Good Wife. Pero no esperéis que hable de Desviados; el otro día vi cinco escatologicos minutos y tuve que quitarla con arcadas). O puedes revisitar series que ya has disfrutado (este año le toca el turno a Perdidos y a Juego de Tronos desde el principio).

También puedes aprovechar para leer (o releer). Hoy voy a volver a haceros un par de recomendaciones. Se trata de dos libros de la editorial Alevosía (que no sé si existe aún), escritos por mujeres, cuyo tema principal es lo que más me gusta, después de las series. No penséis mal, me refiero a la cocina.

El primero es Las cenas del Club de los Sábados, de Amy Bratley. Es el guión perfecto de una comedia romántica, la chica, el chico, el amigo enamorado, el enredo en el que cuatro ¿desconocidos? participan en un concurso donde preparan un menú diferente cada sábado.

Está dividido en cuatro partes (las cuatro cenas), y cada una te trae una sorpresa mayor que la anterior (bueno, un par de ellas las ves venir, sobre todo si eres lector/espectador habitual de tragicomedias románticas). Eso sí, tiene un serio problema: no paran de hablar de comida y bebida, sobre todo de dulces, tartas y postres. Lo ideal para la operación bikini. (Y si mueres por saber cuál es la Tarta de los Tortolitos, no desesperes, al final del libro tienes la receta).

 

Parece que después de los golpes que ha recibido, la vida de Eve se está encauzando. Su madre falleció cuando ella tenía diez años. Su padre intentó que tanto ella, como su hermana mayor, Daisy, tuvieran una adolescencia lo más feliz posible, a pesar de la pérdida (con Daisy parece que los esfuerzos no fueron suficientes). Y años después Ethan, su novio, del que estaba perdidamente enamorada, la abandona dejando una simple nota escrita detrás de una factura. Lo que la sumió en una profunda depresión durante meses.

Han pasado tres años y poco a poco, parece que lo ha superado. Tiene un novio nuevo, Joe, su mejor amigo desde la infancia, y está a punto de cumplir su sueño, abrir un café en el que podrá servir las tartas y dulces que aprendió de su madre.

El caso es que no todo es tan ideal como parece. Quiere a Joe, pero aún no ha podido olvidar a Ethan. Su socia del café se va a ir a vivir a Dubai, donde han trasladado a su marido, y con ella, el dinero necesario para terminar la remodelación del café. La relación con su hermana ha mejorado, pero Daisy no termina de ser feliz, desde que su novio la dejó cuando se quedó embarazada y tuvo que criar sola a su hijo, y su padre, al que adora, hace continuas visitas al médico, pero no dice porqué, lo cual la tiene preocupada.

Joe, su novio, trabaja de freelance en varios periódicos y en uno han puesto en marcha un concurso, El club de los sábados; en él, cuatro concursantes prepararán una cena en su casa para los demás, durante cuatro fines de semana y el ganador se llevará un suculento premio en metálico. Uno de los participantes ha fallado, así que en el último momento le piden a Eve que sea la cuarta concursante; si gana podría conseguir el dinero que necesita para terminar la reforma del café y además el periódico le promete publicidad cuando abra.

Eve accede de mala gana. La primera de las cenas será en su casa, y no sabe si quiere a tres desconocidos irrumpiendo en la intimidad de su hogar. Pero es que cuando llegan, y abre la puerta… Ahí está Ethan, más guapo y encantador que nunca.

La cena tiene visos de ser un desastre. Los nervios hacen que queme el segundo plato y, que además, se olvide del ingrediente fundamental. El exquisito postre y la cantidad de alcohol que consumen durante la cena resulta ser su salvación.

Aún quedan tres cenas, y Eve quiere saber porqué la abandonó Ethan, aunque tiene miedo de volver a caer en una atracción que no puede evitar. ¿Qué debería hacer? ¿Abandonar el concurso y no verle más, o seguir adelante, a pesar de todo y averiguar qué pasó?

Me lo leí en una noche, que es algo que me suele pasar a menudo.

 

La otra recomendación es El restaurante del amor recuperado, de Ito Ogawa.

Imagina la situación. Llegas un día a tu casa después del trabajo y tu pareja se ha ido y se lo ha llevado todo. Pero todo, todo. Sus cosas y las tuyas. Los pocos recuerdos que te dejó la abuela. El dinero de debajo del colchón (o del futón). Ha dejado sólo las paredes y el suelo, en el que no hay más que su juego de llaves. Tu primera reacción ¿cuál sería? Ir a la policía.

Pues Ringo, además de perder la voz por el shock, coge un par de autobuses y se dirige a su pueblo en las montañas, con la intención de robar a su madre el dinero que guarda enterrado en el huerto. ¿Pero es que esta familia no ha oído hablar de los bancos? Aunque, a lo mejor sí, y por eso guardan su dinero en casa…

El caso, es que, como era de esperar, encuentra a su madre antes que el dinero, y no le queda más remedio que quedarse, al menos, a pasar la noche en casa de una de las personas que más desprecia en este mundo. Y es que ni siquiera tiene dinero para volver a la ciudad, y mucho menos, dónde quedarse.

Finalmente toma una decisión, con el dinero que (finalmente) le prestará su madre, y que tendrá que devolverle con altos intereses (parece que sí que saben lo que es un banco, después de todo), podrá cumplir su sueño. Montar un restaurante.

Así nace El Caracol. Un pequeño restaurante sin carta, que sólo tiene una mesa, y cuyo menú se decide tras una entrevista personal, por mail, o por teléfono. Gracias al prodigioso talento en la cocina de Ringo, a la inestimable ayuda de un antiguo bedel del colegio en el que estudió, los más exquisitos ingredientes, y los pequeños “milagros” amorosos que salpican a los comensales, el nombre de El Caracol empieza a ser conocido.

Y poco a poco, Ringo irá conociendo a su madre, de la que escapó cuando era una adolescente, para irse a vivir con su abuela. Y algunos de los descubrimientos la dejarán desconcertada.

Publicado en Tribuna de Ávila