Érase una vez…

Le he estado dando muchas vueltas al tema del post de esta semana. ¿Amor y besos para celebrar San Valentín? ¿O aventuras sin fin que nos hagan olvidar el romanticismo (y, a veces, ñoñería) de la fecha? A final he decidido que un poco de todo, y así todos contentos. La verdad sea dicha, todas las series que me gustan tienen algo de amor; el momento «ya era hora de que se besaran» es uno de mis favoritos. (El otro día mi hijo me hablaba de una serie que ve él, y me dijo «a ti no te va a gustar, no hay ni un solo romance»). No suelo dar muchas pistas de lo que voy a hablar en el título de mis posts, pero esta vez no cabe duda, puesto que es el título de una de las series más originales que he visto en todos estos años, Érase una vez.

Siempre digo que no hay suficientes horas en el día para ver todas las series que me recomiendan y todas las que me gustaría ver, y eso que hago auténticos malabares para estar al día. Esta es una de esas series de las que había oído hablar (bien) durante años, pero no había tenido ocasión de ponerme con ella. Siempre aprovecho la Navidad y el verano, (las épocas en que hay descanso de mis series «habituales»), para conocer nuevas series; nuevas aunque lleven años en antena, o clásicos que no llegué a ver en su momento. Este verano le tocó el turno, entre otras, a esta.

Emma Swan es una cazarrecompensas de nuestros días. Trabaja persiguiendo delincuentes que luego entrega a la policía. Es fuerte e inteligente, tiene pocos amigos y un corazón duro, seguramente provocado por el hecho de que sus padres la abandonaron de recién nacida, y pasó toda su infancia de orfanato en casa de acogida, o que cuando era jovencita, como consecuencia de un «desliz», tuvo un hijo al que dio en adopción y del que nunca más supo. Y siempre lleva una cazadora de cuero de algún color.

Una noche aparece un niño en su puerta. Se llama Henry y asegura que es su hijo. El chaval ha huido de su hogar y ha ido a buscarla, porque ella es la única que puede salvar a los habitantes de Storybrooke, su ciudad. Según dice, todos ellos son personajes de cuentos de hadas, que están atrapados en el tiempo y en el espacio, como consecuencia de un hechizo. Todo está escrito en un libro mágico que lleva en su mochila. Emma, por supuesto, no cree una sola palabra de lo que le dice (bueno, sí se cree que es su hijo), y decide llevarlo de vuelta a casa con su madre adoptiva, y de paso quedarse unos días. Por un lado, porque quiere conocer mejor a su hijo, y por otro porque Regina, la alcaldesa, y madre adoptiva de Henry, quiere que se vaya por todos los medios, y no hay nada más atractivo que lo prohibido.

Piensa un personaje de cuento clásico. Seguro que aparece y tiene mayor o menor protagonismo en esta serie, (que está producida por la ABC, uno de los canales del grupo televisivo de Disney, algo que no te empiezas a plantear seriamente hasta mediada la tercera temporada, cuando los personajes de los clásicos empiezan a ser demasiado obvios, y que llega a resultar algo cansino cuando Elsa, la princesa de Frozen, se pasea en pleno siglo XXI con el vestidito azul que tantas niñas se han puesto este pasado carnaval, y que no se quita nunca).

Iremos conociendo la historia de Blancanieves y el Príncipe encantador, el cazador, los enanitos, la Reina Malvada, y también de Caperucita Roja y la abuelita, de Pepito Grillo, Gepetto, Pongo el dálmata, Bella, de todos los que se irán incorporando y, por supuesto, (el multitarea e imprescindible) Rumplelstilskin, (destacadísimo Robert Carlyle en su papel; ahora cada vez que escucho el Hot Stuff de Donna Summer, me lo imagino bailando con sus malos pelos y su cara verdosa), en su vida más o menos cotidiana en nuestros días, pero, gracias a los flashbacks, iremos conociendo la relación que los conecta absolutamente a todos unos con otros. (Me pregunto si algún fan ha pensado alguna vez en hacer un vídeo que ordene cronológicamente todas las historias paralelas; tendré que buscar en youtube).

Como es de esperar Emma ya no se va a ir de Storybrooke. Allí va a encontrar a sus padres, va a conocer a su hijo, va a encontrar un nuevo trabajo, va a hacer amigos, y puede, que hasta encuentre el amor, mientras lucha contra brujas, monstruos, y todas las fuerzas del mal imaginables, e intenta salvar a todos una y otra vez.

Podéis verla en Antena 3 y AXN White que actualmente está emitiendo la quinta temporada. Para las primeras, como siempre, mi recomendación es que tiréis de DVD o reposiciones. Realmente, merece la pena.

Otra serie con título de cuento, pero que en nada se parece a la historia que conocemos, es Bella y Bestia (no, no me refiero a la de 1987, protagonizada por Linda Hamilton, ni a la versión cinematográfica de Emma Watson). Aunque es una de esas que empieza muy fuerte y va perdiendo (mucho) el interés, según avanza. (Lo confieso, empecé a ver la tercera temporada, y no pude terminar el primer capítulo). No me explico que este año haya vuelto a ganar el People’s Choice Award a la mejor serie de ciencia ficción. O tiene un fandom muy persistente (del cual no he oído hablar nunca), o algo huele a podrido en la organización de los premios.

Pero vamos al grano. Catherine Chandler es policía. Se hizo policía porque, mientras estudiaba en la universidad, su madre fue asesinada. Y ella hubiera corrido la misma suerte, si alguien no hubiera estado allí para salvar su vida. ¿Era alguien o era algo? Porque, aunque nadie parece creerla, Catherine asegura que quien detuvo a los asesinos fue algún tipo de ser con rasgos animales, una especie de bestia. Diez años después de aquello en la vida de Catherine van a volver a cruzarse los asesinos de su madre, y también la bestia.

La bestia en realidad es Vincent Keller. Vincent era médico, pero sus hermanos, bomberos ambos, murieron en el 11-S. Ese hecho le empujó a alistarse en el ejército. Allí le escogieron para participar en un experimento con el objetivo de formar parte de un cuerpo de élite, más fuerte, más rápido, más letal. El experimento salió mal, los soldados se convirtieron en una especie de “Hulks” incontrolables, y fueron eliminados. Todos menos Vincent.

Así que Vincent lleva diez años escondiéndose, con la ayuda de JT, su (único) amigo (científico y friki) de aquellos que le crearon, y que ahora quieren destruirle, intentando hacer de buen samaritano, salvando a gente inocente (aunque a veces se le va de las manos, su lado bestia es bastante incontrolable), y cuidando de Catherine. En el momento en el que se conozcan la atracción será incontestable. Y muy peligrosa.

La emiten SyFy y Cuatro, y es especialmente recomendable para amantes del romance sobrenatural (al final San Valentín ha podido conmigo). Prometo ver la tercera temporada en cuanto pueda.

Publicado en Tribuna de Ávila